Qué hice para bajar 10 kilos en 4 meses
La gente que me conoce en la oficina me pregunta habitualmente qué hice para estar más flaco en este inicio de año 2024. Acá te lo resumo.
Cuando estaba en la universidad, había un gimnasio para el uso de los alumnos en el que trabajaba en el pañol guardando los bolsos y mochilas de los deportistas y a cargo de reservar y prestar materiales deportivos.
Cada vez que pasaba el profesor de la máquina de ejercicios, le preguntábamos sobre qué podíamos hacer para bajar la guata y su respuesta siempre era la misma.
“Tiene que cerrar la boca”
Y yo no podía creer que esa fuera la solución. Yo pensaba que haciendo ejercicio era suficiente y que con eso podía lograr cualquier meta en cuanto a bajar de peso. Era cosa de ir al gimnasio y listo. Pero estaba equivocado.
Pasaron veinte años para convencerme de cuánta razón tenía el profesor. Había que comer menos pan, tomar más agua, agregar frutas y verduras a mi alimentación, eliminar la bebida aunque fuera “zero” y dejar de consumir azúcar en el té y café.
Alrededor del año 2014 bajé unos 14 kilos también. Entonces mi técnica era correr unos 4 a 5 kilómetros diarios, llegando a un récord de 10 kilómetros al día después de unos 3 meses de entrenamiento. Pero apenas dejé esa rutina volvieron los kilos, rebotando incluso hasta los 104 o 106 kilos de peso, con mi 1,72 metros de estatura.
Cuando estaba en eso dejé el azúcar en grano por unos videos que vi en TikTok donde explicaban que el exceso de azúcar se transformaba en grasa y que con treinta días de no consumirla se podía avanzar una enormidad.
Y comencé a tomar bebidas zero y a cambiar el azúcar por las gotitas de Stevia. Y algo bajé, hasta estacionarme en los 96 kilos.
En noviembre del 2023 decidí comenzar a levantarme a las 5 de la mañana. Y comencé a investigar mucho sobre cómo lograrlo. Sobre cómo ser más productivo. Sobre cómo poder establecer nuevos hábitos y cómo dormir mejor, entre otras cosas.
Y mi objetivo se centró en ser más saludable. No solo en bajar de peso.
Entonces, el primer mes tomaba mínimo 2 litros de agua al día. Tenía una botella que hacía 480 ml de agua y la llenaba al llegar a la oficina y me la tomaba al seco. Luego la volvía a llenar y seguía tomando hasta vaciarla. Y así sucesivamente hasta completar las 4 botellas como mínimo mientras hacía mi trabajo. Luego me tomaba una quinta, pero de a poco.
Y si me daban ganar de ir al baño, tomaba agua inmediatamente después de orinar, porque había que recuperar el líquido. Y tomaba agua al despertar y al acostarme y cada vez que iba al baño rellenaba mi cuerpo con al menos 22 tragos de agua.
Dicen que el 11 y el 22 son números maestros en la numerología. De ahí viene el 22.
Luego leí que es mejor obtener el agua desde las frutas y verduras. Y comencé a comer frutas cuando me daba hambre y cuando podía consumirlas claro. No siempre hay frutas en la casa o en la oficina. Y así estoy actualmente, si me da hambre busco una fruta y si no la hay me conformo con agua. Aunque sea de la llave
Iniciando el día
Al desayuno, tanto en verano como en época laboral, comencé disminuyendo las dosis de pan a máximo 1 por la mañana. Así estuve noviembre, diciembre y enero. En febrero descubrí el avena integral sin glúten y comencé a entrenar mi cerebro para no consumir pan hasta el medio día como mínimo.
Y me acostumbré a no comer pan en la mañana. Yo, un verdadero fanático de las masas. El mismo que se comía 3 o 4 paquetes de galletas al día. Ahora incluso compro pan con huevo sin pan. Huevo al plato le llaman en el casino del trabajo.
Actualmente, para no comer pan en la mañana me como un huevo duro. Esta semana aprendí a hacerlos en la freidora de aire. Durante febrero lo reemplacé por huevos fritos o por avena, pero el huevo duro me parece más saludable porque no requiere aceite para su cocción. Tampoco le agrego sal.
Almuerzo con agua mineral
Otra medida que me costó implementar pero que ahora no es negociable, es almorzar con un vaso de agua mineral sin gas. Y si no, con agua de la llave. Hasta encuentro rica el agua. Nada de bebida “zero” excepto cuando voy al mall, donde me salgo de lo saludable pero solo como excepción.
Antiguamente llegué a decirle a las tías del casino que era alérgico a las verduras. Las evitaba a toda costa. Actualmente me encanta la ensalada, y aunque ya no prefiero las verduras cocidas porque un día me enviaron directo al baño, sí intento escoger lo más saludable que pueda del menú.
Si hay legumbres, voy por ellas, aunque cuando chico las odiaba.
Si hay pescado también lo prefiero.
Y las papas fritas pasaron al olvido, aunque a veces caigo en la tentación, pero solo como excepción.
Once con 1 solo pan
Al finalizar la jornada me premio con un pan. El único pan del día y nada más. A veces me dan ganas de comerme el segundo, pero recuerdo que debo entrenar el cerebro a obedecer la norma y que el que manda es uno.
Hay días en que durante la jornada me como algún pan, ya sea por invitación de terceros, o porque el almuerzo lo consideraba (ejemplo hamburguesas) y ahí compenso no comiendo pan la once de ese día.
Así, he logrado bajar, pero falta un dato relevante.
También hago ejercicio
Son 20 minutos de ejercicio leve en la mañana. Unos 5 mil a 10 mil pasos caminando por día, y unos 8 kilómetros diarios en bicicleta de lunes a viernes divididos en 4 de ida y 4 de vuelta. Con ese ejercicio, seguro que logro bajar.
El verdadero entrenamiento es mental
Para ser constante y no abandonar, se debe tener un entrenamiento mental que se construye día a día. Para ello, intento meditar 10 minutos luego de los primeros 20 minutos de ejercicio matutino. Además, me doy una ducha de agua fría por la noche antes de dormir y una por las mañanas después de meditar.
Toda esta rutina es la que he ido perfeccionando desde noviembre de 2023. A veces decaigo, a veces soy implacable, pero en general uno se va haciendo el hábito y se vuelve un tren de beneficios cada día más difícil de frenar.